otro bariloche / another bariloche Doña Brigida

This portrait is part of a documentary series ment for fundraising. Your

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Este retrato es parte de una serie documental que tiene como objetivo la

consecucion de fondos de ayuda para este grupo de trabajadores.

Brígida Epulef nació en Bariloche el 31 de enero de 1944. Su madre, de origen mapuche y oriunda de Corralito, y su padre, barilochense descendiente de españoles, trajeron al mundo a diez hijos. La “abuela” vivió su infancia frente a la Escuela 185, por donde tuvo un paso fugaz: “Hice hasta primer grado, y como no pasé, mi papá me dijo que no podía ir más, porque a la mujer no le hacía falta”, recordó, aclarando que “en esos años, se pensaba que la mujer tenía que estar en la casa, nada más”.

De aquel Bariloche de su infancia que “hoy creció demasiado”, recuerda que la ciudad terminaba “en el bar de Calvo”, en Palacios y Anasagasti. Su familia siempre vivió de los animales y la venta de leña. Junto a sus hermanos realizaban “campamentos que duraban meses” en la Pampa de Huenuleo, para juntar la leña que luego vendían en el naciente pueblo.

Otro de los recuerdos imborrables de la memoria de Brígida fue cuando, a los 14 años, debió casarse por obligación con un muchacho más grande, que por entonces estaba haciendo el servicio militar. “En esa época te tenías que casar con el que tus padres querían. Si te encontraban hablando con un hombre, tenía que ser tu novio. Toda mi vida me acuerdo que íbamos a caballo por un camino. Yo en el medio, mi hermano de un lado, y mi actual marido del otro. Íbamos conversando, nada más. Nos vio mi papá y nos dijo ´tienen que casarse`. Mi marido no quería, porque no éramos novios. Pero nos tuvimos que casar”, relató.

Luego, entre sonrisas, contó que a los dos años tuvo a su primera hija y que “al final tuvimos once y mi marido todavía me aguanta”. Con orgullo, la abuela aseguró que “lo que empecé, lo terminé” y explicó: “estoy contenta de que nosotros cumplimos con lo que nuestros padres nos dijeron cuando nos casamos: que criemos a nuestros hijos y los bauticemos a todos en la parroquia Inmaculada, donde yo me había casado”.

Brígida lamenta no haber podido incorporar la cultura mapuche. Contó que su mamá y su abuela, que hablaban en Mapudungún, no les permitían escuchar y aprender. “Un día me paré en frente porque no nos dejaban escuchar lo que hablaban, y mi abuela me dijo que no podíamos porque éramos blancos”. Con picardía, recordó que a su padre tampoco lo dejaban participar de esas conversaciones, “y siempre decía: ´estas viejas seguro que están hablando mal de mi y de ustedes´”.

Su padre murió joven y ella lamentó “no haber podido conocerlo mucho”. Su madre, falleció al dar a luz a su último hijo, a quien Brígida crió como un hijo más. Con tristeza, comentó que todos sus recuerdos sólo están en su memoria, porque hace dos años un feroz incendio consumió toda su vivienda, sus pertenencias y fotografías. “Trabajando, empezamos a reconstruirla, y ya nos falta poco para terminar”.

Con un carro tirado a caballos, la familia de Brígida siempre vivió de la leña que vendía en la ciudad, hasta que la crisis la obligó, hace diez años, a ingresar al vertedero en busca del sustento.

Desde hace seis años, la abuela integra la Asociación de Recicladores Bariloche (ARB), donde asegura haber encontrado “muchos nietos y amigos”. “Lo lindo es que todos los días trabajamos juntos”, dijo. Con su marido jubilado, reprocha cuando sus hijos le sugieren que deje de trabajar. “Nunca aflojé, nunca les pedí plata y quiero tener lo mío. El día que no pueda trabajar, no vendré más”, fijó.

Brígida, que aprendió a leer y escribir ayudando con la tarea a sus hijos, hoy tiene 54 nietos y 13 bisnietos, que se suman a todos los jóvenes de la ARB que la adoptaron como “la abuela”. Junto a ellos, y los demás integrantes de la organización, todos los días trabajan en el vertedero recuperando el material reciclable, evitando que su enterramiento perjudique al medio ambiente.

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